lunes, 8 de septiembre de 2008

SERIE DE CUENTOS CORTOS

CON LA CABEZA EN LA ALMOHADA Y LOS AÑOS ARUGANDOME

- Un día de estos voy a dejar de mentir y voy a dejar de sentir dichas en el corazón, en lugar de este abandono pesado y este resquebrajo en la cabeza. Yo camino en un laberinto de emociones enterradas bajo tierra y navego en una agua subterránea, me caen tres rayos retumbando en mi pecho que yo ya no siento palpitar ni mover el corazón, tres ríos de lágrimas ya se me evaporaron en un lugar lejano, tengo pegada una mancha pegada de falsedad ideológica. Todo esto pensaba Martín, un viejo farsante, cansado de vivir el mismo día, todos los días, mientras trataba de ver afuera de su casa por la ventana abierta.

Tres muchachas jóvenes con micro-faldas oscuras caminan muy lento y sincronizadas en la calle muerta del amanecer, que tapiza la ventana de vidrio pulido, que esta sin cortinas, de Martín. Felices las mujeres nocturnas muestran sin pudor sus pieles brillantes. Sin ninguna clase de pudor, y sube y vuela con el viento una olorosas brisa con aroma a canela y a manzana. El anciano decrepito no puede ver ese espectáculo; pero, puede sentir en el aire quebrado disperso, el volar de tres risas distintas, como un humo de incienso fino que se mueve bullicioso hasta su oído y le incendian la poca memoria a largo plazo que le quedaba en su músculo cerebral. Y batiéndose entre respirar ese dulce olor o contener la respiración de unas ves por todas y morir, dudando en su recuerdo entre imaginarse la calle que de joven u olvidarse de una vez por todas de esos recuerdos sin rituales sociales. Martín, no solo podía no ver, sino que quería tocar o apagar la luz del sol de un zapatazo viejo.
Confundido entre ser testigo del pasado y acusado culpable del presente desalmado. Claudicó cansado con su cabeza inmóvil en la almohada que se tiñó de amarillo por la lejía del intestino que vomitó. Y colgó sus alas negras de murciélago nocturno, con la respiración cortada entre su tráquea y fosas nasales, dejando los pulmones ajados desinflados y raquíticos.

La calle esa madrugada se vació como un vaso roto por las entradas de las casas con las puertas abiertas. Y un perro viejo bravo y sin dientes dejo su garbo olvidado en la calle y no le ladró más, a una paloma sobre el tejado, de la casa de Martín como perdonando divinamente la vida por el luto.

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